
Para nada estaba nerviosa ese día. Cómo cada dos años, un revisión de rutina. En la antesala, se comenta el tamaño de los pechos de cada una de las que allí estamos…Unas dicen que no les caben en la máquina, otras que llevan un huevo frito adosado. Las hay que se quejan del dolor que produce el aplastamiento del seno para la mamografía, pero es evidente el incierto temor que nos sacude el interior y no queremos manifestar.
Salí descompuesta, apenas me despedí de las otras mujeres que de inmediato supieron que me ocurría. Eché a correr sin mirar atrás, huyendo de un toro invisible que me perseguía por aquellas calles, llenas de gente anónima.
Pensar en lo peor, en la tragedia, en la debacle que se avecina es una postura cómoda. Somos catastrofistas (yo, la primera). Llevo tanto tiempo esperando cosas buenas, que no veo la vida, ni las migas de felicidad pequeñas que tengo delante. Es cierto, que la vida me ha vapuleado en cierta manera en los últimos años, que los tropezones se me han acumulado en el camino, que mis ojos se hacen cada vez más ciegos a la luz, que me rindo con facilidad…Si hubiera una reina de los avestruces, esa sería yo. Incomprensiblemente, a pesar de todo esto, mi cabeza siempre permanece fuera del agua…Sigo sin entender cómo lo consigo, dado mi desastroso estilo natatorio.
Ha sido una semana dura, pero no me ha faltado el apoyo de mis chicas, de mis hijos, de familia, de amigos desinteresados infundiendo ánimo en este cuerpo, en ocasiones, demasiado cansado. Acudí a la prueba definitiva con tanto miedo, que apenas entendía las explicaciones que me daba el médico. Creo que terminé diciendo que si a todo y dejándome llevar. Marcaron la zona de punción (cómo x en un mapa del tesoro pirata), tan exactamente que apenas note un pinchazo y una sensación extraña, que el temor no me dejó definir. Un apósito, una buena noticia y una media sonrisa envuelta en lágrimas; fue lo único que pude articular delante de mi hijo que esperaba fuera.
Hoy, más relajada, pienso que corrí un san Fermín imaginario; hecho con las prisas del miedo, sin darle tiempo a mi cerebro a pensar y evaluar…He aprendido que, a veces, corro en sentido contrario a la reflexión y a la calma. Todos somos posibles candidatos para lo peor, lo malo es que no damos la misma importancia a una muela careada que a un pecho con un bulto sospechoso. Lección aprendida para una “correprisas” como yo, peleada con los toros, con la vida y con la velocidad que infiere la calma.
Busquemos, palpemos nuestros senos, pero con la convicción de que ese acto es tan necesario como la higiene dental. Si encontramos algo, paremos un instante…Que nadie salga corriendo como hice yo, porque por más que corras tu cuerpo sigue contigo…Y no podéis huir por separado.