Poemas y otras fantasías.

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lunes, 27 de abril de 2009

Tú la llevas...



Jugar en la calle era la distracción favorita de los dos. Ambos jugábamos sentados en la acera, junto con otros niños vecinos. Los dos portábamos un taco de cartones de cajas de cerillas, como si fueran una baraja de cartas; y una suela de zapato (siempre se utilizaba la parte del tacón del calzado de hombre) que, si no era de alguno propio, mendigaban durante horas en la puerta de la zapatería; hasta que el zapatero, harto de la chiquillería, les daba un puñado que había quitado del calzado que le llevaban para reparar. Era buena en ese juego, consistente en dar con el “taco” a las “cartas”, de manera que las que llegaban lejos ganaban al resto; quedándose con ellas a modo de trofeo. Mi hermano me pedía continuamente que le dejara unas pocas, a lo que le respondía un “no que siempre pierdes las mías y las tuyas, y luego me toca a mi recuperarlas”. Era un debate continuo. Por el contrario, el jugaba a fútbol como los dioses. Su apodo, “Puskas”, daba fe de ello.
A mediodía, mi madre nos llamó para que fuéramos al horno a recoger la cazuela, que ya estaría cocida. Aquel día tocaba “arròs al forn”. Nos dio un par de paños, a modo de pequeña manopla circular, para portar la cazuela sin quemarnos. Era un decir… Agarré la cazuela, pero a los poco metros me estaba quemando las manos. Mi hermano peleaba conmigo diciendo que “había andado apenas la mitad del camino”. Insistí: .-“¡Que me quemo! ¡Llévala tú ahora!””, al tiempo que le ofrecía la cazuela a él.
Dos crios peleando en medio de la calle, con un recipiente recién sacado del horno y un sol de justicia… El estrépito nos dejó paralizados a los dos. Rompí a llorar, mientras el gritaba que la culpa era mía. Y allí nos quedamos, gimoteando y temiendo volver a casa; mientras mirábamos el arroz esparcido por el suelo, e intentábamos recoger y meter el que podíamos en la cazuela.
Al rato, y viendo nuestra tardanza, apareció mi madre. Dos buenas bofetadas, con azote trasero incluido, y castigados sin comer. Todos se sentaron a la mesa y comieron. Mi hermano y yo, contemplábamos la escena con el ruido de nuestros estómagos de fondo. No recuerdo haber pasado más hambre que ese día en mi vida.

domingo, 26 de abril de 2009

No es haiku...¿importa?


De qué sirven unas alas

si no puedes sentir

el viento en la cara...

(City of Angels)

miércoles, 22 de abril de 2009

La danzarina.


Cierro los ojos para calzarme las zapatillas.
Palpando la cinta, la anudo al tobillo.
Alzo los brazos, flexiono las rodillas, y giro…
“Un, dos, tres… Jeté, jeté”.
Abro los ojos para mirar,
la vuelta me para frente a la ventana.
No se ve el mar…
La música empieza a sonar.
Inspiro con calma, levanto los brazos
y vuelvo a girar.
Ágiles movimientos, deslizo los pies.
“Cuatro, cinco, seis… Plié, plié”.
Miro al espejo, nadie me ve.
Cierro los ojos, empiezo otra vez.
Giro y giro, sin parar de bailar
con la vida, con las palabras.
Estoy cansada de caminar.
Soy la danzarina que nunca fue.
Abro lo ojos, no veo el mar.
“Un, dos, tres,… Arabesque, arabesque”.

(Para Adrián, porque su obras son también palabras...)

http://www.youtube.com/watch?v=4aofHGi79_s

domingo, 19 de abril de 2009

El baile.



Aquel año mis padres me dejaron en el pueblo. Había estado en una ocasión anterior, pero cuando regresaron a por mi me escondí, no quería volver. No importan ahora las razones que me llevaron a ocultarme, las recuerdo vagamente; así que decidieron que visto el desprecio que hice (nunca se supera que tu hijo te rehúya), en adelante mis estancias serían más breves y controladas.
Cierto es que era una niña y que la libertad que me dieron mis tíos y primos, los mimos, las aventuras y el entorno, me cautivaron. Íbamos a por agua a la fuente, cargadas con los cántaros y botijos. Jugábamos la mayor parte del tiempo, dedicando un rato al aprendizaje de la costura en la tarde para, después de la cena, embobarnos con los cuentos que narraban a la luz de la luna los mayores. Acabábamos rendidos en la cama. Mi “tira y afloja” con mi primo Román, al que le habían regalado una gorra que no se quitaba ni para dormir. Mil veces le pedí que me la dejara y se negó; hasta que conseguí arrebatársela de un zarpazo y salí corriendo calle abajo, como si en ello me llevara la vida… Terminó alcanzándome y dándome una “regañina” que no le perdone en todo el día.
Esta vez era diferente. Habían pasado unos años y me había convertido en una preadolescente de abundante melena. Era la mujercita que venía de otra provincia, la “señoritinga” de faldita corta y blanca, que hablaba un castellano pulido, muy distinto al que habían aprendido sus antepasados. No fue menos agradable que la vez anterior, pero si más protocolario. Se supone que había aprendido modales, que ya no podía callejear como antes, ni pelear como un chico con mis primos.
El pueblo estaba en fiestas. En unos días habría baile. Me hizo una gran ilusión, pero no me libre de las normas y advertencias que mi tía me dio para la ocasión; al tiempo que animaba a mi primo (el de la gorra) a ir al baile y “echarse” novia, que ya estaba en edad. “No puedes bailar con los muchachos, no está bien visto si no es tu novio o está en camino de ello. Si lo haces, mantén las distancias con los codos, como ya sabes… Y nada de dejarse sobar, …” Y un sinfín de etcéteras que ya olvidé.
En aquel baile me salté las normas: bailé con chicos y charlé con ellos; no entendía como podían bailar chicos con chicos y chicas con chicas. En mi pueblo, eso ya no se hacía. Me costó un reproche al día siguiente, cuando le fueron con “el cuento” a mi tía. Por su parte, mi primo, en su deseo de conformar a su madre; bailó y mucho. Después de reñirme a mi le preguntó: “Hijo, y tú ¿bailaste anoche?”.- A lo que él respondió: “¡Claro que sí, madre, toda la noche!”. “¡Uyss, qué bien!, y ¿con quién, hijo mío?”.- preguntaba la mujer con la ilusión de casar al primogénito de la casa. A lo que mi primo contesto: “Con Darío, madre”. Lo último que recuerdo de aquello es la zapatilla de mi tía surcando el aire…

miércoles, 15 de abril de 2009

Heroes.




En la antigua mitología griega, un héroe era un semidios, descendiente de una deidad y de un o una mortal. Con el tiempo y la ayuda de la literatura, el héroe fue acumulando cualidades, hazañas, capacidades y rasgos personales que le fueron alejando del endiosamiento originario. Cualquiera podía convertirse en un héroe, en contraposición con la figura del villano, el bandido, el desheredado de la sociedad. Ser uno de ellos fue la meta de muchos en su niñez, algunos lo consiguieron; otros quedaron en camino…Los menos, se perdieron en el intento.
Nos han regalado héroes desde la cuna como Ulises, Carlomagno, Cristóbal Colón, Aquiles, Mandela, hasta el mismo Nadal…y, también, héroes de papel o simple dibujo animado como el capitán Trueno, Superman, Songoku o Mafalda. Cada uno hemos tenido uno de ellos en la cabecera de la cama. Hombres, mujeres, seres con poderes extraordinarios, de fe, aventureros, con moto, con alas; y un largo etc. Evidentemente, para cualquier niño, el héroe más cercano está en su casa; sólo que en ocasiones se torna verdugo. Son esos padres y madres que se veneran, se admiran, se convierten en el primer amor…Y, otras, son el peor castigo que se podría recibir.
Tarde años en ver a mi madre como una heroína en mi vida. Durante años, pensé que para ella sólo era algo así como una sirvienta de tareas, una aprendiza de Cenicienta, con hermanastros incluidos; porque dicho sea, en algún momento me planteé (como muchos) que era adoptada. Yo no me parecía en nada a aquellos que me rodeaban, ¿de dónde habrían salido? Con el tiempo aceptas que, en esa etapa adolescente, todos son extraños para ti…y tu madre, más.
Con mi padre, la distancia fue la pauta hasta el fin de sus días. Unos breves amagos de acercamiento, que se disiparon en sus últimos días; porque acabo sin reconocerme. Nunca entendí cómo llegamos a ese extremo, no recuerdo sus abrazos, ni si jugó conmigo; excepto algún hecho concreto que me contaron. Tuvimos un eterno trato diplomático paterno filial.
Actualmente, no tengo héroes en la cabecera de mi cama, se cayeron del pedestal donde una vez los subí. Los imaginarios, los de dibujos, los reales, los de tacto y piel…Todos se vinieron abajo, excepto ella. Aprendí a entenderla y a saber que, cada cosa que hizo en vida, fue pensando en los demás; dejando de lado su propia felicidad. Y muchas veces pienso que no quiero ser como ella, estar a “la altura de sus talones” (como decía mi padre); porque esa era la meta de la educación de muchas mujeres hace años, ser como las madres: recatadas, sumisas, hacendosas; en definitiva, “una mujer de su casa”.
Hoy no quiero recato, ni sumisión, ni ser reina en la cocina, ni una pasiva esposa. Me basta con ser, sentir, querer, aceptar, vivir y elegir como me dicte el corazón, la razón…y, por supuesto, la locura.

lunes, 13 de abril de 2009


(A José Luís, para que llene de primaveras el mes de abril...)

“Toma mi pena de abril...
Que es la resultante de todas ellas.
Toma mi alma,
que no es la que tuve,
despedázala.
Toma mis conflictos existenciales,
repáralos.”
...........
¿Y qué hago con tu pena
si sólo me dejas retarte
en duelo con capa y florete
al despertarse el alba?
¿Qué hago si no me dejas
recoger cada pedazo
y recomponer tu alma
y situarla en presente?
Puedo sanarte el cuerpo,
puedo llevarte en mi vientre,
puedo reparar caricias;
aunque no sé si la mente.
Olvidemos los conflictos,
y rindamos las espadas,
abandónate en mi pecho,
que yo te canto una nana:
“Dame tu pena de abril…”
............
http://www.youtube.com/watch?v=E7RfxvhREtA

domingo, 12 de abril de 2009

La sirena.


Me he pasado la noche vagando en el azul oscuro de este mar.
He perdido el tiempo del sueño en intentos vanos de lograr huir
de tantos ratos de incertidumbre, de lágrimas insanas para mis ojos,
de ilusiones rotas de una idiota, con cuerpo perforado de fakir.
Que hoy pienso si es posible que mañana pueda seguir andando.
Mis fuerzas flaquean, me caigo en la desesperación.
Me arrastro en la arena, logrando alcanzar el agua salada,
mis piernas se cubren de bellas escamas, es una mutación.
Y llega una ola, de tonos azules y me baña toda, toda…
Me sumerjo en jardines de corales, en aguas de mil espejos,
con peces mariposa revoloteando a mi alrededor.
Soy la sirena del Gran Azul, mi amante soñado, deseado,
el que me abraza, me despoja y me llena de besos.
He pasado la noche buscando, en el azul profundo de mi amado,
un rayo de sol que seque mis escamas y dore mi piel;
que me vuelva humana, cálida, y no un frío pez.
Me despertado en la orilla… Y he visto mis pies.

lunes, 6 de abril de 2009

Yo tengo el poder.



(“…El poder de decidir si estoy o soy feliz”, como dice Lli. Hoy estoy feliz. Y no es que haya sido un día maravilloso, pero he terminado una etapa con mis compañeros de curso que ha sido enriquecedora. Hemos compartido viaje, aplausos y comida con tertulia. Se ha cerrado un ciclo que ha servido para crecer y comprender, en mi caso).
He tardado en subir al castillo, no es un camino fácil de andar para mi cuerpo. El sobreesfuerzo que he de hacer me pasará factura mañana, cuando intente levantarme de la cama; pero merece la pena. El olor a romero y pino se mete por mi nariz con más intensidad, en cada tramo de la senda. No es muy ancha, lo suficiente para no dar muchos traspiés. Los pájaros no paran de trinar, escondidos en la masa boscosa que me rodea. Es una delicia.
Tengo que hacer varias pausas porque me ahogo sin remedio. Creo que me late hasta el pelo. El sudor empieza a recorrer mi pecho y un hilillo baja correteando en dirección al ombligo. No hace calor, es el esfuerzo. Siempre hay una ligera brisa en esa zona que hace que la subida sea más placentera. Vuelvo a parar. Me despojo de la sudadera. Llevo la camiseta pegada al cuerpo, empapada. Pero ya atisbo el contorno de esas ruinas. Prosigo.
Ahí está…Intentando mantener el esplendor que le hizo emblema de belleza y gallardía. La fortaleza que fue y cayó. La que la Naturaleza castigó un día de 1748, sumiéndola en una ruina casi completa. El viento es más fuerte en su recinto. La falta de murallas lo propicia. Sin embargo, hay un parte de él, en el que sentarse te conduce a un estado de paz inmenso. Unas piedras hacen de trono para mí. Soy la Mujer Azul, en lo más alto del castillo, viendo el mundo desde arriba; hasta donde mi vista ya no divisa nada. Tengo un reino a mis pies, hasta donde alcanza ver el mar. Un paraíso privado, hasta donde muere el verde. Cierro los ojos y todo gira. Puedo sacar mi espada y gritar: “¡Yo tengo el poder!”... Porque, en este instante, nadie me tiene atada, nadie me impide chillar, nadie es más feliz que yo.
Despierto, he de reemprender el camino. Con cuidado, bajo la empinada cuesta en dirección al sendero. Me cruzo con dos jóvenes que van corriendo. Nos saludamos… Y miro en dirección al pueblo. En media hora estoy casa, con el delantal puesto, preparando la comida.

sábado, 4 de abril de 2009

El castigo.



Aquella mañana se levantaron temprano. Tenían que recoger leña. Las dos hermanas harían esa tarea, mientras que la mayor ayudaría a su madre con el pan y los quehaceres de la casa. La madre les preparó el talego con el almuerzo. Mujer delgada, con su jareta trenzada en un moño, trabajadora, prudente y sabia; con una intuición fuera de lo normal. El padre les daba las indicaciones sobre cómo quería el tamaño de los haces que tenían que cargar. Les preparo las cuerdas, mientras se sumía en el silencio producido por una sordera que acarreaba desde joven.
Anduvieron el camino raudas, riendo anécdotas del día anterior. Rosario y María se parecían mucho físicamente, con la particularidad de que Rosario tenía un ojo de cada color; pero ambas lucían abundantes melenas rizadas de cabellos morenos. María era más alta y corpulenta, pero de un semblante dulce y hermoso.
La ladera les pareció ideal. El ramaje era abundante y de buen tamaño, así que extendieron las sogas en el suelo y empezaron a colocar la leña encima. Hicieron un alto cuando les apretó el hambre. Un tazón de malta con leche y migas de pan era el desayuno que habían tomado. No es que pasaran necesidades, pero no se desperdiciaba nada que se pudiera comer. Luego siguieron con la tarea, hasta finalizar atando aquellos fardos de ramas para acomodarlos en sus espaldas y regresar a casa.
El día salio caluroso, produciéndoles sudor debajo de aquellas camisas y enaguas que para nada conocían la depilación actual. Secaron sus frentes con el pañuelo, apremiándoles la sed del esfuerzo. Habían agotado la cantimplora de agua y el polvo les había secado la garganta. Se encontraban lejos del pueblo, así que optaron por comer los frutos de un madroño que había a la orilla del camino. Estaban un tanto calientes, pero tan sabrosos que les calmaron la sed y el calor.
A medida que avanzaban su andar se hacía cada vez más tambaleante. El manjar silvestre estaba haciendo su efecto. Las fuerzas mermadas por la borrachera ayudaron a que las dos jóvenes fueran perdiendo parte de la carga en su regreso a casa.
El padre estaba impaciente, el retraso de las muchachas le estaba molestando. Pensó que algún mozo les habría entretenido por el camino, a fuerza de piropos y lisonjas. Cuando las vio aparecer su cara enrojeció de ira. Parecían dos peleles cimbreantes, abotargados de risa. Con la lengua trabada intentaron explicarse sin resultados. La carcajada, la flojera y el miedo, las tenía invadidas. Él, por su sordera, interpretó la risa como una burla de las mujeres. Sin esperar más, el hombre las agarró a las dos, metiéndolas en la casa.
La madre y la hermana mayor abrieron la puerta y se extrañaron del silencio que ocupaba la casa. El padre, sentado junto a la chimenea, miraba fijamente al fuego y no les saludó. La mujer preguntó dónde estaban las chicas, sin obtener respuesta. Volvió a mirarle y vio aquel gesto que tanto conocía… Sin mediar palabra corrió hacía la cuadra.
Y allí las vio, colgadas de los pies, como carne de matanza. Llamó a la hermana mayor pidiendo socorro. Descolgaron a las muchachas que, enrojecidas y manchadas por los vómitos de la borrachera, lloraban ya sin fuerzas.
La mujer regreso a la estancia y miró de frente al hombre. No hicieron falta palabras, el reproche era evidente. Ese día, no se habló en la comida, ni en la cena. Después, al irse a dormir a la cama de hierro que ocupaba el dormitorio, sólo había dos cuerpos hundidos, cada uno en su hueco, sobre aquel colchón de borra…
(María, una de las protagonistas de este pequeño relato…era mi madre).

miércoles, 1 de abril de 2009

El gran azul.



Y allí estaba, al borde del abismo sin saber si lo mejor era dejarse caer. “El azul de mi piel se torna grisáceo, me destiño sin remedio”.- pensó. Las olas llevaban y traían los recuerdos que, al igual que el mar embravecido, eran golpes que sólo producían dolor. Se arrojó sin dudarlo. Estaba ahogándose de nuevo en el mar…
Intentó nadar hacía la orilla, buscando el refugio de los brazos de su amado…Pero no vio a nadie, nadie la esperaba. Nunca existió ese amante, ni el príncipe azul, ni el fantasma que en sueños le visitaba. Nada de eso existió.
Así que decidió dejarse llevar por aquella tormenta imaginaria de sentimientos. Posiblemente, cuando encontraran su cuerpo dirían que estaba lleno de cortes producidos por los golpes contra las rocas. Nada más lejos de la realidad. El mar la trató con dulzura, pero la vida le infringió cortes que dejó sin cicatrizar. Era un bonito cadáver, aunque un tanto ajado por los años, los embarazos, la salud…Nada quedaba de aquella niña azul, sólo sus pesadillas.
Aquella noche decidió lanzarse al mar. Dejo sus ropas en orden, alisó sus cabellos, respiró hondo…Luego, el vacío.
No abrió los ojos cuando notó un abrazo tan suave que le erizó la piel. Estaba allí, la envolvía con toda la calidez de la que era capaz. Ella abrió los labios para decir su nombre…El gran azul.