Poemas y otras fantasías.

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lunes, 7 de diciembre de 2009

Domingo, distancias...


Nunca le gustaron los domingos. Incluso hubo un tiempo que los temía. Temía esa hora del aperitivo del mediodía, el momento en que tenía que prepararlo para su padre exactamente como él le había enseñado. Tenía que ser perfecto, estar a la hora en punto. Obtenía un “hoy te ha salido bien”, algo que para sus seis años era un premio. Sus ojos no levantaban mucha más altura que la del banco de cocina. Siempre necesitaba una pequeña silla para hacer aquella tarea dominical. En una ocasión le salto aceite en los ojos y sufrió quemaduras en el parpado, pero siguió con aquella tarea durante años.
A esto se sumaron otras circunstancias que la fueron alejando de ese vínculo que, se supone, debe existir entre padres e hijos. Sólo quedó bien asentado el temor acompañado de un respeto frío, nada de caricias, besos de cortesía y cero confidencias.
La llegada de la adolescencia supuso abrir el libro de normas de "cómo hacer de una joven una sumisa y hacendosa ama de casa"… ¡Porque lo digo yo! Rebelarse aumentó aquella lejanía ya establecida. Lo peor fue no sentir el apoyo de ese padre en un momento difícil de esa etapa. Eso la hizo sentirse culpable de algo que nunca provocó, tomando la determinación de dejar aquel trabajo maravilloso y aquella ciudad, para volver con más vergüenza que pena a casa.
(La vida sigue, se dan pasos, se hace familia, se tienen hijos… pero el pasado no cambia. Se queda ahí, escrito, guardado en la memoria. Llega el momento en que esos padres pasan a depender de los hijos… y ese despotismo sigue ahí. Siguen tratándote como si fueras aquel pequeño que temblaba ante la presencia paterna).
Muchos despropósitos habían acaecido en todo ese tiempo. Su madre murió, también su hermano (el más noble de todos), su abuela (abrazo nocturno escondido); tantas muertes a sus espaldas. Él estaba enfermo, había tenido un accidente de tráfico y se rindió. Dejó de luchar por recuperarse. Ella estalló, le reprochó su cobardía (cuando su posibilidades de vida eran muchas), le echo en cara su falta de amor, de comprensión, su tiranía, sus golpes, sus desprecios por ser mujer… para terminar llorando como una niña en sus rodillas. Con apenas un hilo de voz, él susurró: “No me importa vivir, ya no volveré a ser él que fui… puedes tirarme por el balcón”.
Hubo que ingresarlo de nuevo, su estado empeoró. Cuando le subieron a la habitación y ella entró a verle, él no la conocía. Le espetó: “¡Ya está aquí la puñetera enfermera que sólo viene a molestarme”. Al día siguiente, sentada a la orilla de su cama, mientras él deliraba en esa mente que perdía por momentos; le dijo calladamente: “¿Sabe una cosa?, creo que mi hija está muy preocupada, algo le pasa y no quiere decírmelo. Se lo noto en la cara”. Y ella le respondió: “Tu hija soy yo, padre…”
Pero él estaba muy lejos de allí, demasiado lejos como para escuchar aquellas palabras.

lunes, 30 de noviembre de 2009

La cebolla.


Había una vez una princesa que vivía rodeada de lujos por todas partes. Su padre, el rey, la colmaba de caprichos a cada cual más extravagante; provocando en ella un carácter despótico y vanidoso. Quería ser la más hermosa, destacar sin que nadie la hiciera sombra, acumular vestidos y más vestidos que sólo usaba una vez.
Un día, paseando aburrida por palacio se topó con una de las sirvientas.
- ¿Qué haces torpe? ¿Cómo osas tropezarme?
- Perdonad, majestad.- respondió la doncella.
Pero algo llamó la atención de la orgullosa princesa: el delantal de la joven brillaba de una manera especial, tanto que la mirada de cualquiera se hubiera clavado irremediablemente en aquella antes que en la hermosa tez de la soberana.
- ¿Se puede saber a qué se debe el brillo de tu delantal?- inquirió la princesa.
- Soy la encargada de limpiar los objetos de cobre que hay en palacio, de ahí que mi ropa se manche con esa tonalidad.
La princesa apretó el paso hacia sus aposentos de forma airada.
- No puede ser, - pensó-, la ropa de esa harapienta brilla con más luz que cualquiera de mis vestidos. Es intolerable.
Paso la noche en vela, no resistía aquella luminosidad que incluso se reflejaba en los cabellos de la sirvienta. Nadie brillaría más que ella, tenía que poner fin a ello sin demora. A la mañana siguiente, llamó a la criada a su presencia. No pudo evitar una crispación inusual al verla aparecer con aquel halo cobrizo.
- He de hacerte una propuesta que deberás cumplir, pues de lo contrario, tú y tu familia seréis desterrados del reino para siempre.
- Pero majestad, ¿qué he hecho para enojaros?- se lamentaba la doncella.
- ¡Silencio!... Confeccionarás un vestido para mi que tendrá el color y el brillo de tu delantal. Tienes una semana para ello, si no cumples la desgracia caerá sobre ti. Serás castigada y expulsada sin piedad.
La joven no podía parar de llorar, no entendía la furia de la princesa. Ella sólo hacía su trabajo. Así que le pidió unas horas para meditar la respuesta. Las lágrimas no dejaban de correr por su rostro y en su cabeza la preocupación por su familia era su mayor agonía. Pensó y pensó… Al rato, se personó ante la vanidosa princesa.
- Está bien, haré el vestido para vos, pero con una condición: Deberéis de poneros todos los vestidos que poseáis antes que el mío. Sólo así cumpliré vuestro deseo.
- Acepto la propuesta, - dijo la princesa-, en una semana nos vemos aquí.
Todo el reino estaba entusiasmado con el acontecimiento, se había corrido la voz y la gente se agolpaba a las puertas de palacio para no perder detalle del suceso. Las damas fueron colocando uno a uno los vestidos a la princesa. Uno encima de otro, de manera que cada vez costaba más la labor. Hasta cien vestidos hubo que recolocar sobre el cuerpo de la joven. Entonces, y sólo entonces, apareció la doncella con su delantal de cobre. En sus manos traía el vestido más hermoso que jamás ojos hubiesen visto. Brillaba mucho más que el delantal de la criada, mucho más que los rayos de sol al atardecer, más que todo el oro del mundo. Con gran cuidado, lo colocaron sobre los cien que ya llevaba la princesa. Realmente estaba más hermosa que nunca. Aquel color cobrizo la hacía la más bella de todos los reinos del universo.
De pronto, la prenda empezó a encoger, se fue cerrando en torno a la princesa, como una enorme capa cobriza; hasta engullirla por completo. Ante los presentes, aquella masa de vestidos con la muchacha dentro se había transformado en una enorme cebolla.
En el entierro de la princesa, las damas lloraban sin consuelo cuando, repentinamente, sus collares de perlas se rompieron sin saber cómo, esparciéndolas por el suelo. La tierra de alrededor de la tumba las engulló, quedando todas enterradas. La sirvienta y su familia fueron expulsadas del reino, tras lo cual sobrevino una etapa de pobreza como nunca antes habían conocido. Curiosamente, en el lugar dónde fue enterrada y dónde también habían caído aquellas perlas, empezaron a crecer pequeñas cebollitas que no tuvieron más remedio que recoger para poder subsistir. Cada vez que pelaban las cebollas, los habitantes del reino recordaban lo sucedido y lloraban con amargura y tristeza. Desde entonces, todo el mundo llora cuando pela una cebolla, aunque no conozcan esta historia, aunque se pregunten el por qué de tanta lágrima. Es una forma de recordarnos, que todos somos iguales, sin diferencias, sin brillos cobrizos… No importa si sólo te dedicas a limpiar los cacharros de cobre, o si eres una princesa hermosa; tus ojos no podrán evitar llorar cuando peles una cebolla.

(Este cuento lo leí, en mi infancia, en uno de esos tebeos que vendía la kiosquera de mi pueblo. No recuerdo su autor)

jueves, 15 de octubre de 2009

La burra.


En aquellos días vivíamos en una casa forestal sita en Onteniente. Mi padre estaba destinado allí por su trabajo. La vivienda estaba situada a unos kilómetros de la población, en medio de un paraje boscoso que era una maravilla.
En los meses de verano era muy normal avistar palomas torcaces en sus alrededores, muchas veces nos sirvieron de comida. No era usual que mi padre cazara debido a su trabajo, pero la necesidad era muchas veces prioritaria. Éramos muchos de familia. Para no incurrir en pena, nos aseguramos de poder criar gallinas, conejos, palomos y algún cerdo para la época de matanza.
Una de esas mañanas, mis dos hermanos mayores divisaron un enorme palomo en lo alto de uno de los pinos frente a la casa. Avisaron a mi padre que, rápidamente, sacó la escopeta para abatirlo. Cuando lo tuvo en sus manos, se dio cuenta de que era uno de los palomos de la casa que se había escapado. Mis hermanos se morían de la risa, por lo que pensó que le habían gastado una broma pesada. Sin comentarios el enfado posterior que se produjo.
Al día siguiente, con el enojo todavía caliente, aparejó la burra para ir al pueblo a por la compra semanal. Se llevó a los dos “pillos” para que le ayudaran. Al cabo de unas horas y acabada la tarea, regresaron para la casa. El trayecto no era pesado, pero tenía una pequeña cuesta que se superaba con facilidad gracias al equino; pero aquel día el animal no estuvo por la labor. No supimos que pasó. Tal vez mi padre le arreó enfadándola, quizá se cruzó algo en su instinto animal; el caso es que llegando a la cuesta la burra se paró. La pobre se llevo los gritos, los azotes, incluso algún mordisco en la oreja propinados por mi enfurecido padre. ¡Eso le faltaba! El animalito no cedió a nada de lo recibido.
Nunca entendí (y mira que me lo contaron veces), cómo mi padre fue a casa a por la escopeta, colocó el cañón entre las dos orejas de la burra y disparó sin dudar. El animal salió desbocado, desapareciendo por la empinada cuesta. Mi madre le espetó que “cómo se podía ser tan Adán”, mientras mi padre seguía profiriendo palabrotas y escudándose en una razón que nadie entendía. Tres días estuvo la burra desaparecida. Una mañana, al ir a sacar a las gallinas a la pequeña era, mi madre encontró la burra dormida en la parte de atrás de la casa. Contenta, fue a darle la noticia a mi padre quién, de nuevo (y para pasmo de todos), volvió a colocar el arma entre las orejas del dormido animal y repitió el disparo de días antes. Tres días más sin saber de la burra.
Poco más que añadir, nunca entendí esta historia que unas veces me causa risa y, otras (las más), pena.

domingo, 23 de agosto de 2009

Un secreto...


Hay letras, melodías, canciones de siempre, canciones que no se han inventado; que canalizan gran parte de mi vida. Escucharlas supone revivir recuerdos, abrazos, risas, llantos, manos, besos, bocas, momentos de vida y muerte…
Colocarme los auriculares y sentir, dejarme llevar, cantar en silencio… Muevo los pies sin darme cuenta, se eriza el vello, mi cuerpo se estremece… Toda yo.
Cuando me siento perdida, cuando creo que voy a estallar, cuando mis fuerzas no pueden más, cuando duele el cuerpo y el alma; entonces busco esa música y me inyecto una buena dosis… Respiro hondo, abro los brazos, giro, giro y giro… La danza de los malditos está en mi sangre; pero me siento plena. Es un orgasmo de vida, de renacer una y otra vez (¡tantas veces experimentado!)… Después dejo que el agua recorra mi cuerpo, me dejo llevar por esas caricias que limpian el alma con tanta delicadeza… Secar la piel, alimentarla, sacudir el cabello… Y mirarme al espejo.Soy otra, me sonrío, me miro desnuda… Soy yo, brillando, dispuesta a empezar de nuevo… La música sigue sonando, cantándome al oído, en un susurro cómplice: “Agárrate fuerte a mi, María…”

lunes, 17 de agosto de 2009

Vacaciones...


Sé que el verano existe, las distintas formas de disfrutarlo, los colores, los olores, las vivencias…Pero nunca he llegado a vivirlo plenamente. Durante mi infancia, mi madre pensó que el verano era la mejor época para aprender las cosas que “debe” saber una futura esposa, madre y ama de casa. Nada de ir a la piscina municipal, respetar la hora de la siesta; “pero si no la duermes aprovecha para bordar”… (Con lo que me sudaban las manos).
Así se siguió hasta la adolescencia. Se podía salir los fines de semana, en las tardes, al paseo, al cine, a bailar…Nunca salimos la familia de vacaciones, excepto aquellas dos veces que fui al pueblo.
Durante mi noviazgo fue cuando vi el mar por vez primera, pero pocas cosas habían cambiado. Algunas salidas a la sierra a pasar el día, las mismas normas en casa… Cuando me casé, pude volver al mar por unos días, pero lo disfrute poco porque me enfermé. Los años siguientes seguimos saliendo a la sierra, disfrutaba de aquellos días completos en la naturaleza; pero seguía añorando unas vacaciones. Mi ex y yo nunca nos poníamos de acuerdo en la forma, tiempo, y tantos etcéteras.… Prácticamente no las tuvimos…Algunos días sueltos (y siempre de vuelta a casa a dormir). Luego con los hijos fue más difícil. Se nos pasaba el verano entre el trabajo y las salidas al campo ocasionales.
Las únicas vacaciones que pude disfrutar se truncaron por el accidente de mi hijo pequeño unos días antes… Pero no me hacían ilusión. No eran mis vacaciones, eran las de otras personas.
Yo soñaba con unas vacaciones con mis hijos, con la familia que había formado; en un hotel, todo incluido, cerca del mar, sin prisas… Tiempo después dejamos de ser lo que se dice una familia.
Ahora son los chavales los que disfrutan de las vacaciones, mientras yo me he dedicado estos últimos veranos a trabajar. Actualmente no tengo empleo y es cuando más he deseado esas vacaciones. La llegada al hotel, ver el mar desde la habitación… En fin, disfrutar de las cosas que supongo se hacen en un sitio así. Me imagino a los empleados mirándome como diciendo “esta es novata en esto”, pero no me importaría… ¡Habría logrado tener vacaciones!
Porque a nadie le amargan los mimos de tenerlo todo hecho: la cama, la comida, un masaje, una mirada libidinosa al “vigilante de la playa de turno” y ¿por qué no?... Un romance de verano, como en la adolescencia… Cuando venían los chicos de la capital (y las chicas, grrrr…), y competíamos a ver quién ligaba con el más guapo. Lamentablemente, nunca fue mi caso… No tuve bonitas historias de verano, ni morenos de piel favorecedores… Eso si, la mayoría de las veces no me libraba de las temibles picaduras de avispa, a las que tengo verdadera aversión.

lunes, 25 de mayo de 2009

La derrota.


“Todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos…” (Paulo Coelho)


En ocasiones, vuelvo a sentir la misma opresora sensación de ahogo que me atenazaba el cuello dentro de aquella especie de balsa, que hacía las veces de piscina en verano. El resto del año, se utilizaba el agua recogida para el riego.
Éramos dos niñas pasando una tarde divertida, los adultos estaban ocupados en las tareas del campo, mientras jugábamos con los pies dentro del agua. Llevaba días aprendiendo mis primeras brazadas en el agua, mientras que mi amiga ya se sumergía con la seguridad de flotar sin hundirse. Hacía un par de años que vivíamos en el mismo barrio, y aunque mis padres no me dejaban salir la mayoría de veces; aquel día cedieron ante mi insistencia.
Mi falta de seguridad en el agua era obvia, así que intentaba no alejarme mucho de la escalera. Pero no era suficiente. Ella me animaba a dar un paso más en el aprendizaje. Mi cabezonería podía más que el sentido común. Además, nunca pensé que mis fuerzas podrían agotarse en un momento dado.
La silueta de Teresa se veía a través de aquella oscuridad. Era como ver un fantasma en medio de la noche. Braceé intentando alcanzarla, pero sólo conseguí cogerme de la parte inferior del bikini. El agua entraba por mi nariz y mi boca de forma que me parecía estar enchufada a un río entero. Sentí una patada cerca de la cara, otra en el brazo, en las manos… Ella intentaba desasirse de mí. Dejé de verla.
Lo último que recuerdo fue una fuerte luz que se encendió como por arte de magia, en medio de aquel agua que, cada vez, parecía más oscura. Alargué la mano para tocarla… Cuando abrí los ojos estaba cogida a la escalera, tosiendo, sacando agua, y llorando; mientras mi amiga me gritaba que casi la había ahogado. Por un instante, pensé que la podía haber matado, me sentí culpable; aun sabiendo que yo también me estaba ahogando. Regresé a casa sola. No conté nada a nadie. Nunca más volví a aquella balsa.
No quiero volver a ahogarme en la vida, pero no es fácil. Cada vez que reaparece esa sensación me hundo, me acurruco en mis rodillas, y miro al suelo. Vuelvo a ver el agua oscura, se hace de noche durante días, respiro con dificultad, mis fuerzas se agotan y sale agua de mis ojos. Sé que la luz está ahí, que en cualquier instante volverá a aparecer… Pero hasta ese momento, seguiré dando brazadas y alargando mi mano en la oscuridad.


“Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo…” (Julio Cortázar)

domingo, 24 de mayo de 2009

Parecidos...


Tengo tres gatos. Tres gatos que me piden comida, aseo, cuidados, calor...Pero que, como gatos que son, no me pertenecen; no me tienen más apego que el de ser su cuidadora, su nevera. Mi abuelo decía que los perros son del amo y los gatos, de la casa...Y así viven, acomodados en su hogar (que no es el mío), en sus habitaciones, en su mundo, en su futuro. Se dejan mimar y acariciar, pero no hay manera de echarlos del sofá. Cuando intentas algo, se vuelven contra ti, enseñando sus garras. Territoriales, independientes, no acatan normas.
Los gatos vagan por las noches de luna llena, maúllan, pelean...Para regresar al amanecer a casa, agotados; con la única intención de pasarse el día durmiendo.Excepto su trabajo de cazar ratones, poco más hacen. Sólo se ocupan de su propio aseo, marcando el territorio, de manera que todos sepan cuáles son sus dominios.
Nunca podrás dominar a un gato macho, se volverá contra ti. Mientras que las hembras volverán a casa cargadas de retoños y, de paso, que le sigas echando una mano en su crianza.Pero cuando encuentran un nuevo hogar donde abunda la comida, los ratones, los mimos y las salidas nocturnas; muchos de ellos se marchan sin mirar atrás, con esa cola enarbolada como bandera de independencia, pero sin cantar himno alguno. Porque el único himno que conocen es el suyo propio: su independencia.¿Será por eso que se parecen tanto a los hijos?

lunes, 11 de mayo de 2009

Maite.



Al poco de fallecer mi madre, mi padre ya estaba unido a otra mujer. No fue algo que me gustará en un principio. Añadir eso a nuestras diferencias existentes era algo duro. Dejando al margen todo esto, aquella mujer trajo consigo su hija Maite, el marido de ésta, y dos niños, Juanvi y Maite; que pasaron a formar parte de la “nueva” familia.
Los inicios no fueron fáciles, nos separaban muchas cosas; pero aquellos niños y mis hijos se encargarían de limar tanta aspereza. La complicidad que surgió entre ellos todavía perdura (aunque yo hace años que no les veo). Fue un cariño que creció gracias a que Maite, por su trabajo, pasaba tiempo fuera de casa; por lo que su madre los traía de vez en cuando al pueblo.
Nuestro primer encuentro fue un tanto nervioso, no obstante, ella agradeció el gesto porque quería que, al menos, se creara un buen ambiente entre nosotras; al margen de aquel precipitado matrimonio. Ella era hija única, yo estaba rodeada de hermanos, a pesar de ser varones; algo que me dijo echaba en falta. Y nos pusimos a la tarea de hacer de todo aquello una relación de amistad que nos vendría bien a todos. Costó bastante, apenas estábamos en los primeros pasos; cuando todo empezó a tomar un rumbo final. Ella se puso enferma…
Sin darnos tiempo a reaccionar, ella ya se encontraba en el IVO, con un cáncer terminal. Joven, bella, con una frondosa melena rizada de color azabache… Así era aquella casi hermana, que apenas había empezado a conocer. Cuando las noticias no eran nada esperanzadoras, conseguí que me permitieran visitarla. Pasé horas pensando en qué le podría llevar que le alegrara de alguna manera sus pocos ratos despierta (pasaba mucho tiempo sedada). Al llegar a la cabecera de su cama, me miró y sonrió… Le dije: “No sé si es lo más apropiado, ni siquiera sé si te gustará; pero pensé que lo que más te podía ayudar en estos momentos es escuchar el mar…Te he traído una caracola”. Abrió los ojos y volviéndose a su madre le dijo: “¡Mamá, mira…es una caracola!”. Para, a continuación, ponérsela en la oreja y cerrar los ojos susurrando: “Se oye el mar…” No la volví a ver, falleció a los pocos días. Cuando su madre regreso al pueblo, me comentó, que durante los ratos que permaneció despierta, ella pedía con insistencia la caracola. Se la ponía en su oreja y cerraba los ojos con aquella única frase: “Mamá, se oye el mar…”

lunes, 27 de abril de 2009

Tú la llevas...



Jugar en la calle era la distracción favorita de los dos. Ambos jugábamos sentados en la acera, junto con otros niños vecinos. Los dos portábamos un taco de cartones de cajas de cerillas, como si fueran una baraja de cartas; y una suela de zapato (siempre se utilizaba la parte del tacón del calzado de hombre) que, si no era de alguno propio, mendigaban durante horas en la puerta de la zapatería; hasta que el zapatero, harto de la chiquillería, les daba un puñado que había quitado del calzado que le llevaban para reparar. Era buena en ese juego, consistente en dar con el “taco” a las “cartas”, de manera que las que llegaban lejos ganaban al resto; quedándose con ellas a modo de trofeo. Mi hermano me pedía continuamente que le dejara unas pocas, a lo que le respondía un “no que siempre pierdes las mías y las tuyas, y luego me toca a mi recuperarlas”. Era un debate continuo. Por el contrario, el jugaba a fútbol como los dioses. Su apodo, “Puskas”, daba fe de ello.
A mediodía, mi madre nos llamó para que fuéramos al horno a recoger la cazuela, que ya estaría cocida. Aquel día tocaba “arròs al forn”. Nos dio un par de paños, a modo de pequeña manopla circular, para portar la cazuela sin quemarnos. Era un decir… Agarré la cazuela, pero a los poco metros me estaba quemando las manos. Mi hermano peleaba conmigo diciendo que “había andado apenas la mitad del camino”. Insistí: .-“¡Que me quemo! ¡Llévala tú ahora!””, al tiempo que le ofrecía la cazuela a él.
Dos crios peleando en medio de la calle, con un recipiente recién sacado del horno y un sol de justicia… El estrépito nos dejó paralizados a los dos. Rompí a llorar, mientras el gritaba que la culpa era mía. Y allí nos quedamos, gimoteando y temiendo volver a casa; mientras mirábamos el arroz esparcido por el suelo, e intentábamos recoger y meter el que podíamos en la cazuela.
Al rato, y viendo nuestra tardanza, apareció mi madre. Dos buenas bofetadas, con azote trasero incluido, y castigados sin comer. Todos se sentaron a la mesa y comieron. Mi hermano y yo, contemplábamos la escena con el ruido de nuestros estómagos de fondo. No recuerdo haber pasado más hambre que ese día en mi vida.

domingo, 26 de abril de 2009

No es haiku...¿importa?


De qué sirven unas alas

si no puedes sentir

el viento en la cara...

(City of Angels)

miércoles, 22 de abril de 2009

La danzarina.


Cierro los ojos para calzarme las zapatillas.
Palpando la cinta, la anudo al tobillo.
Alzo los brazos, flexiono las rodillas, y giro…
“Un, dos, tres… Jeté, jeté”.
Abro los ojos para mirar,
la vuelta me para frente a la ventana.
No se ve el mar…
La música empieza a sonar.
Inspiro con calma, levanto los brazos
y vuelvo a girar.
Ágiles movimientos, deslizo los pies.
“Cuatro, cinco, seis… Plié, plié”.
Miro al espejo, nadie me ve.
Cierro los ojos, empiezo otra vez.
Giro y giro, sin parar de bailar
con la vida, con las palabras.
Estoy cansada de caminar.
Soy la danzarina que nunca fue.
Abro lo ojos, no veo el mar.
“Un, dos, tres,… Arabesque, arabesque”.

(Para Adrián, porque su obras son también palabras...)

http://www.youtube.com/watch?v=4aofHGi79_s

domingo, 19 de abril de 2009

El baile.



Aquel año mis padres me dejaron en el pueblo. Había estado en una ocasión anterior, pero cuando regresaron a por mi me escondí, no quería volver. No importan ahora las razones que me llevaron a ocultarme, las recuerdo vagamente; así que decidieron que visto el desprecio que hice (nunca se supera que tu hijo te rehúya), en adelante mis estancias serían más breves y controladas.
Cierto es que era una niña y que la libertad que me dieron mis tíos y primos, los mimos, las aventuras y el entorno, me cautivaron. Íbamos a por agua a la fuente, cargadas con los cántaros y botijos. Jugábamos la mayor parte del tiempo, dedicando un rato al aprendizaje de la costura en la tarde para, después de la cena, embobarnos con los cuentos que narraban a la luz de la luna los mayores. Acabábamos rendidos en la cama. Mi “tira y afloja” con mi primo Román, al que le habían regalado una gorra que no se quitaba ni para dormir. Mil veces le pedí que me la dejara y se negó; hasta que conseguí arrebatársela de un zarpazo y salí corriendo calle abajo, como si en ello me llevara la vida… Terminó alcanzándome y dándome una “regañina” que no le perdone en todo el día.
Esta vez era diferente. Habían pasado unos años y me había convertido en una preadolescente de abundante melena. Era la mujercita que venía de otra provincia, la “señoritinga” de faldita corta y blanca, que hablaba un castellano pulido, muy distinto al que habían aprendido sus antepasados. No fue menos agradable que la vez anterior, pero si más protocolario. Se supone que había aprendido modales, que ya no podía callejear como antes, ni pelear como un chico con mis primos.
El pueblo estaba en fiestas. En unos días habría baile. Me hizo una gran ilusión, pero no me libre de las normas y advertencias que mi tía me dio para la ocasión; al tiempo que animaba a mi primo (el de la gorra) a ir al baile y “echarse” novia, que ya estaba en edad. “No puedes bailar con los muchachos, no está bien visto si no es tu novio o está en camino de ello. Si lo haces, mantén las distancias con los codos, como ya sabes… Y nada de dejarse sobar, …” Y un sinfín de etcéteras que ya olvidé.
En aquel baile me salté las normas: bailé con chicos y charlé con ellos; no entendía como podían bailar chicos con chicos y chicas con chicas. En mi pueblo, eso ya no se hacía. Me costó un reproche al día siguiente, cuando le fueron con “el cuento” a mi tía. Por su parte, mi primo, en su deseo de conformar a su madre; bailó y mucho. Después de reñirme a mi le preguntó: “Hijo, y tú ¿bailaste anoche?”.- A lo que él respondió: “¡Claro que sí, madre, toda la noche!”. “¡Uyss, qué bien!, y ¿con quién, hijo mío?”.- preguntaba la mujer con la ilusión de casar al primogénito de la casa. A lo que mi primo contesto: “Con Darío, madre”. Lo último que recuerdo de aquello es la zapatilla de mi tía surcando el aire…

miércoles, 15 de abril de 2009

Heroes.




En la antigua mitología griega, un héroe era un semidios, descendiente de una deidad y de un o una mortal. Con el tiempo y la ayuda de la literatura, el héroe fue acumulando cualidades, hazañas, capacidades y rasgos personales que le fueron alejando del endiosamiento originario. Cualquiera podía convertirse en un héroe, en contraposición con la figura del villano, el bandido, el desheredado de la sociedad. Ser uno de ellos fue la meta de muchos en su niñez, algunos lo consiguieron; otros quedaron en camino…Los menos, se perdieron en el intento.
Nos han regalado héroes desde la cuna como Ulises, Carlomagno, Cristóbal Colón, Aquiles, Mandela, hasta el mismo Nadal…y, también, héroes de papel o simple dibujo animado como el capitán Trueno, Superman, Songoku o Mafalda. Cada uno hemos tenido uno de ellos en la cabecera de la cama. Hombres, mujeres, seres con poderes extraordinarios, de fe, aventureros, con moto, con alas; y un largo etc. Evidentemente, para cualquier niño, el héroe más cercano está en su casa; sólo que en ocasiones se torna verdugo. Son esos padres y madres que se veneran, se admiran, se convierten en el primer amor…Y, otras, son el peor castigo que se podría recibir.
Tarde años en ver a mi madre como una heroína en mi vida. Durante años, pensé que para ella sólo era algo así como una sirvienta de tareas, una aprendiza de Cenicienta, con hermanastros incluidos; porque dicho sea, en algún momento me planteé (como muchos) que era adoptada. Yo no me parecía en nada a aquellos que me rodeaban, ¿de dónde habrían salido? Con el tiempo aceptas que, en esa etapa adolescente, todos son extraños para ti…y tu madre, más.
Con mi padre, la distancia fue la pauta hasta el fin de sus días. Unos breves amagos de acercamiento, que se disiparon en sus últimos días; porque acabo sin reconocerme. Nunca entendí cómo llegamos a ese extremo, no recuerdo sus abrazos, ni si jugó conmigo; excepto algún hecho concreto que me contaron. Tuvimos un eterno trato diplomático paterno filial.
Actualmente, no tengo héroes en la cabecera de mi cama, se cayeron del pedestal donde una vez los subí. Los imaginarios, los de dibujos, los reales, los de tacto y piel…Todos se vinieron abajo, excepto ella. Aprendí a entenderla y a saber que, cada cosa que hizo en vida, fue pensando en los demás; dejando de lado su propia felicidad. Y muchas veces pienso que no quiero ser como ella, estar a “la altura de sus talones” (como decía mi padre); porque esa era la meta de la educación de muchas mujeres hace años, ser como las madres: recatadas, sumisas, hacendosas; en definitiva, “una mujer de su casa”.
Hoy no quiero recato, ni sumisión, ni ser reina en la cocina, ni una pasiva esposa. Me basta con ser, sentir, querer, aceptar, vivir y elegir como me dicte el corazón, la razón…y, por supuesto, la locura.

lunes, 13 de abril de 2009


(A José Luís, para que llene de primaveras el mes de abril...)

“Toma mi pena de abril...
Que es la resultante de todas ellas.
Toma mi alma,
que no es la que tuve,
despedázala.
Toma mis conflictos existenciales,
repáralos.”
...........
¿Y qué hago con tu pena
si sólo me dejas retarte
en duelo con capa y florete
al despertarse el alba?
¿Qué hago si no me dejas
recoger cada pedazo
y recomponer tu alma
y situarla en presente?
Puedo sanarte el cuerpo,
puedo llevarte en mi vientre,
puedo reparar caricias;
aunque no sé si la mente.
Olvidemos los conflictos,
y rindamos las espadas,
abandónate en mi pecho,
que yo te canto una nana:
“Dame tu pena de abril…”
............
http://www.youtube.com/watch?v=E7RfxvhREtA

domingo, 12 de abril de 2009

La sirena.


Me he pasado la noche vagando en el azul oscuro de este mar.
He perdido el tiempo del sueño en intentos vanos de lograr huir
de tantos ratos de incertidumbre, de lágrimas insanas para mis ojos,
de ilusiones rotas de una idiota, con cuerpo perforado de fakir.
Que hoy pienso si es posible que mañana pueda seguir andando.
Mis fuerzas flaquean, me caigo en la desesperación.
Me arrastro en la arena, logrando alcanzar el agua salada,
mis piernas se cubren de bellas escamas, es una mutación.
Y llega una ola, de tonos azules y me baña toda, toda…
Me sumerjo en jardines de corales, en aguas de mil espejos,
con peces mariposa revoloteando a mi alrededor.
Soy la sirena del Gran Azul, mi amante soñado, deseado,
el que me abraza, me despoja y me llena de besos.
He pasado la noche buscando, en el azul profundo de mi amado,
un rayo de sol que seque mis escamas y dore mi piel;
que me vuelva humana, cálida, y no un frío pez.
Me despertado en la orilla… Y he visto mis pies.

lunes, 6 de abril de 2009

Yo tengo el poder.



(“…El poder de decidir si estoy o soy feliz”, como dice Lli. Hoy estoy feliz. Y no es que haya sido un día maravilloso, pero he terminado una etapa con mis compañeros de curso que ha sido enriquecedora. Hemos compartido viaje, aplausos y comida con tertulia. Se ha cerrado un ciclo que ha servido para crecer y comprender, en mi caso).
He tardado en subir al castillo, no es un camino fácil de andar para mi cuerpo. El sobreesfuerzo que he de hacer me pasará factura mañana, cuando intente levantarme de la cama; pero merece la pena. El olor a romero y pino se mete por mi nariz con más intensidad, en cada tramo de la senda. No es muy ancha, lo suficiente para no dar muchos traspiés. Los pájaros no paran de trinar, escondidos en la masa boscosa que me rodea. Es una delicia.
Tengo que hacer varias pausas porque me ahogo sin remedio. Creo que me late hasta el pelo. El sudor empieza a recorrer mi pecho y un hilillo baja correteando en dirección al ombligo. No hace calor, es el esfuerzo. Siempre hay una ligera brisa en esa zona que hace que la subida sea más placentera. Vuelvo a parar. Me despojo de la sudadera. Llevo la camiseta pegada al cuerpo, empapada. Pero ya atisbo el contorno de esas ruinas. Prosigo.
Ahí está…Intentando mantener el esplendor que le hizo emblema de belleza y gallardía. La fortaleza que fue y cayó. La que la Naturaleza castigó un día de 1748, sumiéndola en una ruina casi completa. El viento es más fuerte en su recinto. La falta de murallas lo propicia. Sin embargo, hay un parte de él, en el que sentarse te conduce a un estado de paz inmenso. Unas piedras hacen de trono para mí. Soy la Mujer Azul, en lo más alto del castillo, viendo el mundo desde arriba; hasta donde mi vista ya no divisa nada. Tengo un reino a mis pies, hasta donde alcanza ver el mar. Un paraíso privado, hasta donde muere el verde. Cierro los ojos y todo gira. Puedo sacar mi espada y gritar: “¡Yo tengo el poder!”... Porque, en este instante, nadie me tiene atada, nadie me impide chillar, nadie es más feliz que yo.
Despierto, he de reemprender el camino. Con cuidado, bajo la empinada cuesta en dirección al sendero. Me cruzo con dos jóvenes que van corriendo. Nos saludamos… Y miro en dirección al pueblo. En media hora estoy casa, con el delantal puesto, preparando la comida.

sábado, 4 de abril de 2009

El castigo.



Aquella mañana se levantaron temprano. Tenían que recoger leña. Las dos hermanas harían esa tarea, mientras que la mayor ayudaría a su madre con el pan y los quehaceres de la casa. La madre les preparó el talego con el almuerzo. Mujer delgada, con su jareta trenzada en un moño, trabajadora, prudente y sabia; con una intuición fuera de lo normal. El padre les daba las indicaciones sobre cómo quería el tamaño de los haces que tenían que cargar. Les preparo las cuerdas, mientras se sumía en el silencio producido por una sordera que acarreaba desde joven.
Anduvieron el camino raudas, riendo anécdotas del día anterior. Rosario y María se parecían mucho físicamente, con la particularidad de que Rosario tenía un ojo de cada color; pero ambas lucían abundantes melenas rizadas de cabellos morenos. María era más alta y corpulenta, pero de un semblante dulce y hermoso.
La ladera les pareció ideal. El ramaje era abundante y de buen tamaño, así que extendieron las sogas en el suelo y empezaron a colocar la leña encima. Hicieron un alto cuando les apretó el hambre. Un tazón de malta con leche y migas de pan era el desayuno que habían tomado. No es que pasaran necesidades, pero no se desperdiciaba nada que se pudiera comer. Luego siguieron con la tarea, hasta finalizar atando aquellos fardos de ramas para acomodarlos en sus espaldas y regresar a casa.
El día salio caluroso, produciéndoles sudor debajo de aquellas camisas y enaguas que para nada conocían la depilación actual. Secaron sus frentes con el pañuelo, apremiándoles la sed del esfuerzo. Habían agotado la cantimplora de agua y el polvo les había secado la garganta. Se encontraban lejos del pueblo, así que optaron por comer los frutos de un madroño que había a la orilla del camino. Estaban un tanto calientes, pero tan sabrosos que les calmaron la sed y el calor.
A medida que avanzaban su andar se hacía cada vez más tambaleante. El manjar silvestre estaba haciendo su efecto. Las fuerzas mermadas por la borrachera ayudaron a que las dos jóvenes fueran perdiendo parte de la carga en su regreso a casa.
El padre estaba impaciente, el retraso de las muchachas le estaba molestando. Pensó que algún mozo les habría entretenido por el camino, a fuerza de piropos y lisonjas. Cuando las vio aparecer su cara enrojeció de ira. Parecían dos peleles cimbreantes, abotargados de risa. Con la lengua trabada intentaron explicarse sin resultados. La carcajada, la flojera y el miedo, las tenía invadidas. Él, por su sordera, interpretó la risa como una burla de las mujeres. Sin esperar más, el hombre las agarró a las dos, metiéndolas en la casa.
La madre y la hermana mayor abrieron la puerta y se extrañaron del silencio que ocupaba la casa. El padre, sentado junto a la chimenea, miraba fijamente al fuego y no les saludó. La mujer preguntó dónde estaban las chicas, sin obtener respuesta. Volvió a mirarle y vio aquel gesto que tanto conocía… Sin mediar palabra corrió hacía la cuadra.
Y allí las vio, colgadas de los pies, como carne de matanza. Llamó a la hermana mayor pidiendo socorro. Descolgaron a las muchachas que, enrojecidas y manchadas por los vómitos de la borrachera, lloraban ya sin fuerzas.
La mujer regreso a la estancia y miró de frente al hombre. No hicieron falta palabras, el reproche era evidente. Ese día, no se habló en la comida, ni en la cena. Después, al irse a dormir a la cama de hierro que ocupaba el dormitorio, sólo había dos cuerpos hundidos, cada uno en su hueco, sobre aquel colchón de borra…
(María, una de las protagonistas de este pequeño relato…era mi madre).

miércoles, 1 de abril de 2009

El gran azul.



Y allí estaba, al borde del abismo sin saber si lo mejor era dejarse caer. “El azul de mi piel se torna grisáceo, me destiño sin remedio”.- pensó. Las olas llevaban y traían los recuerdos que, al igual que el mar embravecido, eran golpes que sólo producían dolor. Se arrojó sin dudarlo. Estaba ahogándose de nuevo en el mar…
Intentó nadar hacía la orilla, buscando el refugio de los brazos de su amado…Pero no vio a nadie, nadie la esperaba. Nunca existió ese amante, ni el príncipe azul, ni el fantasma que en sueños le visitaba. Nada de eso existió.
Así que decidió dejarse llevar por aquella tormenta imaginaria de sentimientos. Posiblemente, cuando encontraran su cuerpo dirían que estaba lleno de cortes producidos por los golpes contra las rocas. Nada más lejos de la realidad. El mar la trató con dulzura, pero la vida le infringió cortes que dejó sin cicatrizar. Era un bonito cadáver, aunque un tanto ajado por los años, los embarazos, la salud…Nada quedaba de aquella niña azul, sólo sus pesadillas.
Aquella noche decidió lanzarse al mar. Dejo sus ropas en orden, alisó sus cabellos, respiró hondo…Luego, el vacío.
No abrió los ojos cuando notó un abrazo tan suave que le erizó la piel. Estaba allí, la envolvía con toda la calidez de la que era capaz. Ella abrió los labios para decir su nombre…El gran azul.

sábado, 28 de marzo de 2009

Un sueño.


Tengo un amante que me visita en sueños.
Me abraza, me besa, me lleva con él.
No puedo tocarle, ni rozar su pelo,
No hay calor en sus manos,
ni humedad en sus labios.
Creo que somos felices.
Me habla al oído, susurra un “te amo”.
Yo soy él, él es yo.
Su mano y mi mano tocándose.
Teme estar conmigo,
temo estar con él…
Despierto en la noche, no estamos juntos.
Él está muerto,
yo respirando, jadeándole.
Tengo un amante que me visita en sueños.
Si no me despierto,
me fui con él…

miércoles, 25 de marzo de 2009

Fibromialgia


Durante mucho tiempo pensé que estaba sumida en un periodo depresivo que no acertaba a comprender. Sólo sé que me sentía cansada, sin ganas de nada, viendo montañas por todas partes. Levantarse cada mañana suponía, y supone, un esfuerzo titánico.
Cada analítica demostraba que mi estado de salud era excelente: nada de colesterol, azúcar o alteraciones hepáticas; pero cada esfuerzo de mi musculatura era un dolor seguro al día siguiente. Las tareas de casa se acumulaban sin remisión, mi desgana para hacer senderismo cada domingo iba en aumento, me veía invadida por el virus de la pereza…Mi madre decía que eso era lo que ocurría cuando alguien dejaba de hacer sus obligaciones.
En ocasiones, cuando mi ex me abrazaba, no podía evitar un lamento que él siempre interpretó como rechazo; a pesar de mostrarle el inevitable moratón que me salía al día siguiente. Mi musculatura estaba demasiado sensible, brazos y piernas no se libraban de las huellas de una debilidad que iba en aumento. Padecí en algunas etapas de una artritis reumatoide que camuflaba la llamada “enfermedad silenciosa”.
Tardaron unos años en diagnosticar el problema. He estado un tiempo atiborrada con un tratamiento que no siempre me hizo sentir bien. Actualmente, sólo me encuentro bien si estoy trabajando, ocupando mi cuerpo y mi mente en sacar adelante a mis hijos. Apenas sigo el tratamiento inicial (tal vez me estoy perjudicando), excepto cuando tengo alguna crisis grave. He aprendido a vivir con el dolor, sin sentirme un ser inútil y perezoso; incluso me río al recordar algunos momentos patéticos que me han ocurrido en estos años, cómo cuando me quedé casi mediodía tirada en el suelo de la cocina, completamente “enganchada” (y a ello contribuyó otros problemas que aparecieron con el tiempo), con mi jauría de yorkshires saltando sobre mí creyendo que aquello era un juego. Ese día estaba sola en casa. Terminé con más babas que un caracol. Al final, conseguí levantarme para ir a dejarme caer en el sofá, hasta que el dolor desapareció.
No voy a relatar las consecuencias indirectas de padecer esta enfermedad, pero han sido muchas, tanto a nivel personal como social. Dar la sensación de persona enfermiza es un reto a superar, intentar que te comprendan cuando no te aceptas tú en este sentido, hacer ver que puedes aunque te duela…Mis amigas me dicen que no me retrate así o no me saldrá novio…No es lo que espero, realmente; pero ¿sirve de algo ocultar que eres una enferma de fibromialgia?
Por el contrario, lo que quiero y hago, cada vez que puedo, es salir, pasear, hacer “minisederismo” (mi entorno natural lo permite), y, por supuesto, bailar…Aunque sea con el palo de la escoba.

Os dejo algunas referencias que podéis consultar en la red para saber más sobre el tema:
http://www.fibromialgia.cat/
http://www.fundacionfatiga.org/
http://www.fibromialgia.com.ar/
http://es.wikipedia.org/wiki/Fibromialgia

martes, 24 de marzo de 2009

FRAGMENTO



Él: - Imagino esta charla abrazados, en la cama, sintiendo cada caricia, sin prisa alguna…
Ella: - Uniendo nuestras pieles, nuestras identidades, nuestros latidos…sin pausa.
Él: - Palabras entre beso y beso…Palabras entre caricia y abrazo…Y las manos jugando a buscar…Y las bocas, a silenciar al otro…
Ella:
- Sólo las miradas siguen la charla sin necesidad de voz.
Él: - Las bocas, reanimando, dando vida…Y con saltos intempestivos, según impulso de amor…
Ella: - Así, totalmente entregados…En medio del pequeño río, mojados hasta la cintura, ahogándonos en sus aguas y salvándonos al unísono.
Él: - Somos un puro poema…

domingo, 22 de marzo de 2009

He podado el jazminero... Ahora comeré manzanas.



Los fines de semana me dedico a hacer ejercicios de memoria, también de recuerdos. No sé qué es peor…o mejor. Los de memoria son geniales, si salen bien, es positivo. Sin embargo, si son de recuerdos, el balance es negativo. Me concentro demasiado en situaciones que no fueron agradables. Es como hacer sumas o crucigramas para ejercitar la memoria. Terminarlos es una victoria, pero en la vida no siempre acabamos las cosas. Creo que tengo que aprender a cerrar las ventanas a los malos recuerdos, y a abrirlas de par en par a los buenos. No me refiero a saldar deudas con el pasado, pero si a aprovechar al máximo cada momento vivido.
Mi chica Ana me decía que todavía me quedan vidas por vivir, que no he terminado de formarme…Es otra alma sensible en este mundo. Ella dice que no nos queda nada para alcanzar la cumbre, que está ahí, a la vuelta de la esquina. Ambas tenemos ganas de salir de este círculo vicioso que nos ha envuelto de distinta manera a las dos, sólo que ella es más creyente que yo.
Echando la vista atrás, me consuela la visión de mi abuela peinando su “jareta”. Su paciencia sin limites, sus dedos agarrotados por la artrosis, pero trabajando aquella débil melena que le llegaba a la cintura…Me encantaba contemplarla. En medio de su ceguera, cada mañana aparecía en el salón perfectamente peinada y oliendo a agua de colonia. Daba la sensación de haber cumplido con un deber que sólo ella conocía. Desconozco si su mirada perdida era por las cataratas que padecía, o por una mera resignación a una dura vida. Solía ser silenciosa hasta en el caminar.
Mi abuelo, sordo desde su juventud, siempre tenía un instante para tararear una canción. Me decía: -“Pon la radio y bailamos una “pieza”…” Y allí nos encontrábamos los dos, agarrados, girando; mientras le aclaraba si la “pieza” era un tango, pasodoble, etc. En su fuero interno, imagino que recordaría la música, porque bailaba sin perder un paso. Solía aislarse sin que nos diéramos cuenta, porque para charlar con él había que alzar la voz y, aunque al principio lo lográbamos, terminábamos hablando como de costumbre; forzándole a esa situación.
Nunca les vi decaer o rendirse, seguían haciendo las mismas cosas cada día; mientras yo protestaba en mi lucha preadolescente por todas las cosas. No quiero volver a juzgarme a mi misma nunca más.
Hoy he podado el jazminero, mañana echaré un poco de abono…Quiero tener una buena cosecha de manzanas con olor a jazmín. Quiero ser la mariquita que libra de parásitos mi planta (que soy yo). Quiero ver las flores abrirse en la noche y llenar de aromas mi balcón. Quiero que el rocío me bañe en cada amanecer. Posiblemente no tendré manzanas, ni jazmines…Pero no tendré dudas de que lo intenté.

viernes, 20 de marzo de 2009

Dos...


Hoy he roto una promesa… He dejado el alma a oscuras, confundida… Hoy ha soplado el viento y ha revuelto mis cabellos… Hoy ha llegado la lluvia y ha barrido mis cenizas… Hoy se ha oído el trueno y, después, sólo ha habido silencio… Hoy ha caído un rayo en mi corazón… Hoy ha brillado el arco iris y todo se ha iluminado… Hoy no ha sido hoy… Hoy he esperado, he sentido, he soñado… Hoy he dejado que la locura venciera a la razón… Hoy he tenido miedo… Hoy he temblado… Hoy he perdido una batalla… He perdido dos… Hoy es uno de esos días en los que me iría a la playa, me sentaría en la orilla y allí me quedaría... Sin más, sola, mirando al mar, en silencio... Simplemente sintiendo el murmullo de las olas, en su ir y venir; el graznido de los pájaros y ese olor tan especial que despide... Hoy quisiera recostarme en tu regazo, mientras dejo pasar los minutos hasta conseguir que el sueño me venza… Hoy no debería ser así... Hoy no debería estar aquí... Hoy tendría que ser ayer... Hoy quiero ser yo o él… Hoy quiero ser dos.

Martes, 22-7-08

jueves, 19 de marzo de 2009

No tengo titulo para esto...

Para nada estaba nerviosa ese día. Cómo cada dos años, un revisión de rutina. En la antesala, se comenta el tamaño de los pechos de cada una de las que allí estamos…Unas dicen que no les caben en la máquina, otras que llevan un huevo frito adosado. Las hay que se quejan del dolor que produce el aplastamiento del seno para la mamografía, pero es evidente el incierto temor que nos sacude el interior y no queremos manifestar.
Salí descompuesta, apenas me despedí de las otras mujeres que de inmediato supieron que me ocurría. Eché a correr sin mirar atrás, huyendo de un toro invisible que me perseguía por aquellas calles, llenas de gente anónima.
Pensar en lo peor, en la tragedia, en la debacle que se avecina es una postura cómoda. Somos catastrofistas (yo, la primera). Llevo tanto tiempo esperando cosas buenas, que no veo la vida, ni las migas de felicidad pequeñas que tengo delante. Es cierto, que la vida me ha vapuleado en cierta manera en los últimos años, que los tropezones se me han acumulado en el camino, que mis ojos se hacen cada vez más ciegos a la luz, que me rindo con facilidad…Si hubiera una reina de los avestruces, esa sería yo. Incomprensiblemente, a pesar de todo esto, mi cabeza siempre permanece fuera del agua…Sigo sin entender cómo lo consigo, dado mi desastroso estilo natatorio.
Ha sido una semana dura, pero no me ha faltado el apoyo de mis chicas, de mis hijos, de familia, de amigos desinteresados infundiendo ánimo en este cuerpo, en ocasiones, demasiado cansado. Acudí a la prueba definitiva con tanto miedo, que apenas entendía las explicaciones que me daba el médico. Creo que terminé diciendo que si a todo y dejándome llevar. Marcaron la zona de punción (cómo x en un mapa del tesoro pirata), tan exactamente que apenas note un pinchazo y una sensación extraña, que el temor no me dejó definir. Un apósito, una buena noticia y una media sonrisa envuelta en lágrimas; fue lo único que pude articular delante de mi hijo que esperaba fuera.
Hoy, más relajada, pienso que corrí un san Fermín imaginario; hecho con las prisas del miedo, sin darle tiempo a mi cerebro a pensar y evaluar…He aprendido que, a veces, corro en sentido contrario a la reflexión y a la calma. Todos somos posibles candidatos para lo peor, lo malo es que no damos la misma importancia a una muela careada que a un pecho con un bulto sospechoso. Lección aprendida para una “correprisas” como yo, peleada con los toros, con la vida y con la velocidad que infiere la calma.
Busquemos, palpemos nuestros senos, pero con la convicción de que ese acto es tan necesario como la higiene dental. Si encontramos algo, paremos un instante…Que nadie salga corriendo como hice yo, porque por más que corras tu cuerpo sigue contigo…Y no podéis huir por separado.

martes, 17 de marzo de 2009




Me quedé en aquellas mañanas ,
de embrujo indescifrable
de primavera preñada de ternura
con códigos de ecos lejanos.
Me quedé, sin hacer ruid0
sumergido e inerte,
amparado por la niebla
que velaba algún azul,
quizá teñido.

(Julio)


Me quedé en aquel regazo,
embrujada de azul
tan oscuro que apenas un retazo
del alma asomaba.
Era como ver el fin,
quizá un principio de nada,
en abrazo neblinoso
que apagaba aquel azul,
quiza teñido.


(María)