Poemas y otras fantasías.

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miércoles, 18 de junio de 2008

La niña azul.



Hubo un tiempo en que yo era una niña azul…Me encontraba en un limbo de bosque verde, con una amplia casa y una numerosa familia. Yo era la niña azul que llegó la última, cuando no la esperaban, pero que le dio una gran alegría a mi madre…
La niña azul tenía un parque privado lleno de pinos y aromas naturales, un enorme cielo azul que la protegía y una vida por delante para seguir siendo azul. Ella nació dos veces: la primera en el alumbramiento, la segunda porque su padre le salvó la vida…Sus gritos se oyeron con el terror que eriza la piel al instante y aquel hombre, justo de zalamería, corrió sin mirar hacia atrás; buscando con los ojos del miedo a la niña. La encontró cosida a mordiscos y picotazos por aquel panal de avispas, que sin dejar de agredir a todo el que se acercaba, seguían ensañándose con la pequeña. Él se llevo una buena parte del ataque, pero la niña apenas podía seguir llorando. De forma instintiva la llevo al lodazal de aquel par de cerdos que tenían para la matanza (buena reserva de comida en los días fríos de invierno), y allí la untó y untó hasta embadurnarla de aquel orín apestoso y mezclado con la tierra. Dios sabe cómo, pero aquello me salvó la vida; a pesar de que sigo siendo alérgica a esa picadura.
Y seguí siendo azul, de un azul alegre e intenso, entre salvaje y plácido, rodeada del cariño que me daban y, a veces, robaba con mi llanto infantil. Mis amigos: los animales; mis juguetes: la piñas del “sequero”; mis fantasías: el cielo azul y todo lo que cruzaba por él.
En apenas unos años, la vida me obligó a hacer cosas de adultos, a pensar en adulto, a sentir en adulto…La vida, mi madre y sus cólicos, el fatal destino…Le dije: “Niña, espérame que hago unas cosas y vuelvo a jugar”… Pero ya no hubo vuelta atrás, ella se quedó esperando en alguna parte de mi mente, aguardando paciente el regreso de su amiga. En ocasiones, asoma su cabecita y pregunta si voy a tardar mucho…Y llora con una tenue pataleta…
A la hora de la puesta del sol, subo a la terraza y, allí, nos encontramos por unos instantes. Nos damos la mano, miramos al cielo, adivinamos la forma de las nubes, contamos los aviones que pasan, echamos migas de pan a los pájaros y reímos sin saber el por qué. Dormimos en la misma cama. Ella, se acurruca y reza en voz bajita; yo, la abrazo y le digo que todavía sigo siendo azul como ella; aunque de un azul diferente, con menos brillo, con menos inocencia, con alguna tristeza de más…Pero con la misma ternura que ella nunca perdió.