Poemas y otras fantasías.

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domingo, 9 de enero de 2011

Los Reyes Magos.



Solía enviar la carta a los Reyes Magos como cada año. Recuerdo que, cuando vine a Enguera a vivir, me trajeron una muñeca. Eso conllevaba que (lo comprendí después), al año siguiente pidiera lo que pidiera, el regalo era un vestido para ella o el carrito; complementos para sumar el primer pedido. La encargada del vestuario era mi abuela. Un año le hacía un gorro, bufandita y patucos; y al siguiente un vestidito de lana. Eso duro unos tres años, los justos para cumplir ocho y descubrir “la verdad” de los Reyes Magos.
Mi madre me mandó hacer las camas de mis hermanos, era mi tarea diaria. Dos camas de “cuerpo y medio” en las que se repartían mis cuatro hermanos. Yo dormía en el fondo de la casa, junto a la cuadra. Mis abuelos, en la habitación contigua. Enfrascada en dejar las camas bien hechas, me fije en que había un paquete encima del armario. No recordaba haberlo visto el día anterior. Mi curiosidad de niña pudo más que el mandato de “no toques nada”. Me encaramé en una silla y, como pude, alcancé mi objetivo. Intenté no descomponer nada, para que no se notase que había “metido la mano donde no debía”. Había un juego de cocina de esos de latón, con sus cacitos, sartenes, tapaderas y algún cubierto. Pensé. “¡Esto es para mí!”. Volví a dejarlo todo en su sitio. Seguí limpiando la casa y obedeciendo lo que mi madre me iba ordenando, pero sin quitar la mente de aquel regalo. Era mío, estaba segura. No sabía si preguntarle a mi madre o callarme, por miedo a que me reprendiera por mi curiosidad. Al final, me armé de valor e hice la consabida pregunta: “Madre, ¿para quién es el regalo que hay encima del armario de los “cháches”?...” (Cháche, era el modo en que llamaba a mis hermanos mayores). Ella me miró de un modo que, en lugar de infundirme tranquilidad o esclarecimiento, me pareció un principio de regañina de grandes dimensiones. Como así fue… “Has mirado donde no debías, eso era un regalo para ti, un regalo de Reyes Magos. Así que, como lo has encontrado, sepas que los Reyes Magos son los padres. A partir de ahora se acabaron para ti.”.- me espetó con un semblante más que enojado. Aquello era una sentencia, una verdadera condena. Me sentí fatal, había terminado con algo que no sabía muy bien si me iba a perjudicar a mí e incluso a mis hermanos.
Los años siguientes fueron una rutina de cumplir con las formas de las fechas navideñas. Ya nunca fue lo mismo. Los Reyes dejaron de venir a casa. Es más, siguen sin venir… Aquel año, abrí mi regalo sabiendo lo que contenía… No tenía ni más curiosidad, ni más anhelo por el resto. Mi abuela nos hizo notar que encima de la mesa de comedor quedaba uno por destapar. No ponía nombre, nadie sabía de dónde había salido. Todos ignoraron el pequeño paquete, incluso yo. Ella me preguntó por qué no lo abría, a lo que respondí que no era para mí puesto que me había portado mal con mi descubrimiento. Me acerco a su regazo y dijo: “No importa, ese regalo seguro que es para ti. A veces, no importa lo que uno haga mal. Los Reyes Magos perdonan y los padres también. Se les pasará... ¡Ábrelo!”. Era una pequeña figura de la Virgen del Pilar, dentro de una especie de capsula de plástico transparente. Ella la había pedido para mí a unos parientes que tenía en Zaragoza. La coloqué en mi mesita de noche, no sin darle las gracias a mi abuela. Me dormí mirándola. De alguna manera me hizo entender que en esa noche no importa el regalo, sino la ilusión que acarrea en nosotros. Ser niño por una noche al año, aunque los Reyes Magos no pasen por tu casa…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Al leer tu entrada pienso..
Pienso que la ilusión no es consustancial a la niñez, más bien creo que la ilusión es inherente al ser humano independientemente de su edad, por eso no es conveniente perderla. Si hay alguna diferencia entre la llegada de los Reyes Magos cuando soñamos quienes son y cuando los descubrimos con certeza es el cambio de look que se produce en ellos, por lo demás su comportamiento sigue siendo el mismo,no?. Podriamos decir que la Ilusión se hizo carne y habitó entre nosotros, y sólo eso pasó.
Volver a ser niño por una noche para ilusionarse? y por qué no mejor desear ser Rey Mago en perpetuidad. Perder la ingenuidad de la niñez no creo que sea tan malo porque al fin y al cabo la vida y su sentido se disfruta cuando se descubre, y eso pasa en la madurez; pero ah..ah..perder la capacidad de ser Rey Mago, eso si que debe de ser lo más triste del mundo!. Yo conservo la mía, (gracias sean dadas al Altísimo)
Saluditos María
María R.

Anónimo dijo...

Los reyes magos están en la mente de cada uno...