Poemas y otras fantasías.

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viernes, 14 de enero de 2011

Rosario.



En estos días me he sentido agobiada, hasta el punto de faltarme el aire. Rompería a llorar para desahogarme, pero cada vez me cuesta más; e intento ahogarlo sin remedio. No es bueno para mis ojos. Sé las consecuencias de ello. Demasiadas responsabilidades e impotencia ante la falta de tiempo para dedicarles a mis hijos, a mis hermanos, a mis amigos, a mis perros… A mí. Un solo día desde ya no me acuerdo. Aunque me pudo el cansancio tanto, que el disfrute fue breve, muy breve.
Tenemos un proyecto entre manos, pero no puedo llevarlo a cabo sola. Es para ellos, mis hijos, quizá un futuro más o menos seguro. Y confían en que lo saque adelante, pero tiran demasiado del cordón umbilical que nos une todavía. Los problemas de mi ausencia en la casa les han obligado a “espabilarse”, y el descontrol es evidente. Al menos, en los últimos días ha habido una especie de consenso entre ellos. Se organizan para las comidas, las lavadoras y la justa limpieza. Luego llego y desaparecen, así que paso bastantes horas sola.
No es el síndrome del “nido vacío”, pero se parece. Por un lado, la dependencia que, desgraciadamente y debido a esta crisis, se ha creado en torno a mí. Soy su sustento. Por otro, la sensación de que “con lo que hemos hecho, estamos en paz”. Al final, pienso que es algo así como la “cuesta de enero”, pero emocional. Poco ha cambiado mi vida de un año a otro. Tengo las mismas deudas, los mismos problemas, vivo en la misma casa, sigo sin trabajo estable, etc.
Hoy ha sido un día agotador, tenso, injusto. No me ha gustado ver a Rosario (mi compañera), tan seria. Ella es mi apoyo, mi ánimo en el trabajo. No desfallece, siempre positiva, contagiosa. Me espuela como a los corceles hasta hacerme reír, tanto que terminamos con dolor de estómago. Es el abrazo diario, el que necesito si una lágrima intenta salir en los momentos más agotadores y dolorosos de la jornada. Una cómplice en las bromas, mi “otras manos”, la otra parte de este tándem que compartimos. Estoy feliz por haberla conocido. La quiero. Y cuando salimos del trabajo, se agarra a mi brazo (como las comadres de antaño), y hacemos balance de las horas compartidas, del resultado, de nuestras quejas y, también, de nuestras esperanzas. Con sus 28 años hace que muchos días olvide que mi cuerpo me duele por el esfuerzo, que siga, que continúe, que nos queda poco, que hacemos bien nuestra labor, que me guste lo que hago. Gracias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mis saludos tb a Rosario.
María R.