Poemas y otras fantasías.

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martes, 2 de noviembre de 2010

Un cuento.


Aquellos días en tierra fueron maravillosos, intensos, un auténtico despertar de sentidos. ¡Por fin cumplía su sueño! Con lágrimas, volvió a sumergirse en las aguas del Gran Azul. Pudo atisbar, mientras se alejaba de la orilla, aquella mirada que no supo descifrar en los ojos de él.
La primera vez que sintió la tierra bajo sus pies, casi pierde el equilibrio. ¡Era todo tan nuevo! Había descubierto un nuevo mundo, una nueva forma de caminar (antes era nadar)… Se lleno de colores nuevos, de aromas nuevos, de contactos sin escamas.

No recuerdo todo lo que siento pero si siento todo lo que recuerdo. (Alejandro Sanz)

Los días que siguieron estuvieron vacíos de noticias. Ningún barco cruzo las aguas azules que la envolvían. Aquello la puso muy triste. Todos los peces intentaban que sonriera, que se animara con algo y, aunque lo intentó, muy dentro de sí escondía una lágrima salada. El tiempo fue pasando, algún velero dejaba caer una botella con mensaje dentro. Ella sabía que eran de él, pero lo que al principio fueron palabras de anhelo, se tornaron en simples expresiones de cordial lenguaje. Así fue intuyendo que él no volvería a navegar por aquellas aguas.

Como deshacerme de ti si no te tengo, como alejarme de ti si estás tan lejos. (Ricardo Arjona)

Entonces se sumergió en lo más profundo de aquel mar que era su casa. Oculta en una enorme caracola, a salvo de cualquier amenaza. Su mente dibujo distintas sensaciones de decepción, rabia, tristeza. Lloró porque pensó que fue un error soñar con tener piernas para pisar tierra firme, por creer que fue amada en algún momento, por sentirse tan perdida. Al fin y al cabo, sólo era una sirena. Mientras permanecía en su Gran Azul era hermosa y deseable, con un halo de misterio. Cuando puso sus pies en la arena seguía teniendo la voz dulce, pero su rostro reflejaba los años de las inmortales sirenas.

El amor semeja un árbol: se inclina por su propio peso, arraiga profundamente en todo nuestro ser y a veces sigue verdeciendo en las ruinas de un corazón. (Víctor Hugo)

Así que decidió que lo mejor era dedicarse a cuidar del entorno que siempre la había cobijado. Bañarse en las aguas del olvido. Proteger los corales, sentir las corrientes marinas, bailar con las olas… Y, en las noches de luna llena, salir a la superficie del mar para ver las estrellas. Porque desde todas partes hay la misma distancia a las estrellas y, con toda seguridad, él estaría mirándolas desde alguna playa; al mismo tiempo que ella… Pero en otros brazos.

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