
Me rindo. Sé que nunca llegará esa llamada. Nunca recibiré esa carta. Jamás sabré que pasó. Que no tiene explicación, porque nada sucedió. Que fueron mis sentimientos, los que me hicieron ver fantasmas. Quizá pedí lo que era imposible, como un regalo de Reyes Magos. ¿Qué hice mal? Es lo que solemos preguntarnos los decepcionados. Los que esperamos, los que creemos, los que nos ilusionamos, los que fantaseamos, los que idealizamos, los ignorantes. Me falta ser un corazón duro para no recaer en el mismo error. Por eso me he comprado un desierto… Para deambular por él con mis perros, como Ayla con su león y su caballo. ¡Ojala tuviera esa intuición! La que le guiaba por el camino idóneo, pero entonces no sería un ser humano; sino un extraño personaje de ficción.
Abro mi alma sin restricciones y eso se acabó. Insisto, me he comprado un desierto, sin oasis, sin espejismos, árido, sin temperatura, inerte. Es mi castillo de arena. Allí dejaré a la princesa del cuento. Impediré que nadie la rescate, que nadie la salve. Seré su verdugo, su guardián sempiterno.
Y mientras ella muere de soledad y de incomprensión, yo viajaré por el mundo matando palabras que nunca deberán decirse a corazones marcados por ilusiones vanas y sueños de cuentos de hadas. Posiblemente impida que nadie más vuelva a sufrir por creer que todavía quedan príncipes en este mundo.
Abro mi alma sin restricciones y eso se acabó. Insisto, me he comprado un desierto, sin oasis, sin espejismos, árido, sin temperatura, inerte. Es mi castillo de arena. Allí dejaré a la princesa del cuento. Impediré que nadie la rescate, que nadie la salve. Seré su verdugo, su guardián sempiterno.
Y mientras ella muere de soledad y de incomprensión, yo viajaré por el mundo matando palabras que nunca deberán decirse a corazones marcados por ilusiones vanas y sueños de cuentos de hadas. Posiblemente impida que nadie más vuelva a sufrir por creer que todavía quedan príncipes en este mundo.