Poemas y otras fantasías.

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lunes, 11 de mayo de 2009

Maite.



Al poco de fallecer mi madre, mi padre ya estaba unido a otra mujer. No fue algo que me gustará en un principio. Añadir eso a nuestras diferencias existentes era algo duro. Dejando al margen todo esto, aquella mujer trajo consigo su hija Maite, el marido de ésta, y dos niños, Juanvi y Maite; que pasaron a formar parte de la “nueva” familia.
Los inicios no fueron fáciles, nos separaban muchas cosas; pero aquellos niños y mis hijos se encargarían de limar tanta aspereza. La complicidad que surgió entre ellos todavía perdura (aunque yo hace años que no les veo). Fue un cariño que creció gracias a que Maite, por su trabajo, pasaba tiempo fuera de casa; por lo que su madre los traía de vez en cuando al pueblo.
Nuestro primer encuentro fue un tanto nervioso, no obstante, ella agradeció el gesto porque quería que, al menos, se creara un buen ambiente entre nosotras; al margen de aquel precipitado matrimonio. Ella era hija única, yo estaba rodeada de hermanos, a pesar de ser varones; algo que me dijo echaba en falta. Y nos pusimos a la tarea de hacer de todo aquello una relación de amistad que nos vendría bien a todos. Costó bastante, apenas estábamos en los primeros pasos; cuando todo empezó a tomar un rumbo final. Ella se puso enferma…
Sin darnos tiempo a reaccionar, ella ya se encontraba en el IVO, con un cáncer terminal. Joven, bella, con una frondosa melena rizada de color azabache… Así era aquella casi hermana, que apenas había empezado a conocer. Cuando las noticias no eran nada esperanzadoras, conseguí que me permitieran visitarla. Pasé horas pensando en qué le podría llevar que le alegrara de alguna manera sus pocos ratos despierta (pasaba mucho tiempo sedada). Al llegar a la cabecera de su cama, me miró y sonrió… Le dije: “No sé si es lo más apropiado, ni siquiera sé si te gustará; pero pensé que lo que más te podía ayudar en estos momentos es escuchar el mar…Te he traído una caracola”. Abrió los ojos y volviéndose a su madre le dijo: “¡Mamá, mira…es una caracola!”. Para, a continuación, ponérsela en la oreja y cerrar los ojos susurrando: “Se oye el mar…” No la volví a ver, falleció a los pocos días. Cuando su madre regreso al pueblo, me comentó, que durante los ratos que permaneció despierta, ella pedía con insistencia la caracola. Se la ponía en su oreja y cerraba los ojos con aquella única frase: “Mamá, se oye el mar…”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso relato Maria.....Una mezcla de sentimientos vividos, buenos , malos, pero que en el fondo dejan buenos recuerdos.
Un beso enorme

(Por cierto, ya arregle el error de direccion, con razón no me dejaba entrar cuando clicaba en la dire ue tenia yo apuntada. Gracias jjajaja)

Montse dijo...

Juer, soy yo........Montse, la enana

Manu dijo...

La verdad es que poco sabría decir ante este relato. Condensas en unas pocas lineas toda una vida y nos la ofreces. Bellísimo.

Anónimo dijo...

precioso relato...eres una cajita de sorpresas.....me encanta leerte....un beso muy fuerte.....